Lady Hester Stanhope

Lady Hester Stanhope (1776-1839) fue una aristócrata y aventurera inglesa. La creencia popular convierte a Lady Hester en la prometida del general John Moore y le atribuye la identidad del supuesto fantasma que vista la tumba del militar en el aniversario de la batalla de Elviña.

La vida de lady Hester Stanhope no necesita adornos literarios porque sus aventuras reales superan cualquier ficción imaginable. Una mujer que ejerce como primera dama para su tío Primer Ministro, viaja por su cuenta por oriente medio, vive como una beduina, se convierte en gobernante de facto de unas tribus drusas y fallece viviendo como una vagabunda merece un relato verídico de sus hazañas. Lady Hester supone una de tantas mujeres que en la historia se alejaban de los estereotipos convencionales que la sociedad les tenía asignados y cuya personalidad y determinación le permitió vivir una vida libre y llena de aventuras.

John Moore fue un buen amigo de la familia Stanhope y dos de los hermanos de Hester, Charles y James, sirven como sus ayudantes de campo. Sin embargo, no existen pruebas de una relación más allá de la amistad con Moore, salvo que fueran muy discretos. Del supuesto enamoramiento de Hester sólo hay indicios por unas manifestaciones suyas tras una enfermedad que mermó sus facultades.

Las muertes en Elviña de Charles Stanhope y John Moore, y la de su tío el Primer Ministro William Pitt suponen duros golpes para Hester y marcan el inicio de su vida aventurera.

El espíritu de Lady Hester Stanhope visita la ciudad todos los años, el 16 de enero, para acudir junto a su amado, según cuenta la leyenda. Cuentan los que la han visto, que la vaporosa silueta de 1,80m, altura poco habitual para una dama de la época, se pasea, lenta y misteriosa, por el Jardín de San Carlos, donde se encuentra la tumba del general Moore.

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Egipto y Waterloo

VIDAS CRUZADAS

Una curiosidad poco conocida es que gran parte del ejército inglés que lucho contra los franceses en Galicia no era la primera vez que se enfrentaba al ejército de Napoleón.

La famosa campaña de Egipto contribuyó como ninguna otra a crear el mito que sobreviviría 200 años de historia. En ella Napoleón era aún un general sin poder político que sin embargo pudo ejercer como jefe político y militar en Egipto. La campaña no fue un éxito militar creo un halo legendario alrededor de un general que se rodeó de científicos, pintores y escritores que contribuirían a dar conocimiento universal de sus hazañas.

Fue allí en la mítica Egipto donde se cruzaron por primera vez en batalla dos ejércitos que se tendrían que encontrar varias veces más. John Moore lideró en regimiento 52 en Egipto enfrentándose en repetidas ocasiones al ejercito revolucionario francés.

La siguiente fue en la campaña de Galicia y la Batalla de Elviña donde el cuerpo de escoceses plantó cara al ejército francés y John Moore, ya general inglés, dejó una arenga para la historia: “Mis bravos escoceses: ¡Acordaros de Egipto!”

Moore murió en esa batalla y su tumba le recuerda en A Coruña, pero una hábil maniobra permitió a su ejército embarcarse rumbo a Inglaterra para aún dejar un último capítulo a la historia.

Ese ejercito enfermo, diezmado y agotado, que como en las cartas que Moore envió a la Comandancia necesitaba descanso y recuperación antes de poder volver a combatir, acabó siendo fundamental en la batalla definitiva. La que de una vez por todas y con una múltiple alianza acabó con la era napoleónica: Waterloo.

LA LEGIÓN ALEMANA EN A CORUÑA

Cuando Napoleón ocupó Hannover en 1803 parte de sus tropas se expatriaron al Reino Unido. Allí acabó formándose lo que se llamó el regimiento Alemán del Rey., primero como tropa de infantería ligera a la que luego se sumaron caballería y artillería de forma que se le dio su nombre definitivo Legón Alemana del Rey. Esta legón formada mayoritariamente por alemanes luchó con el ejercito británico a las ordenes primero de Sir John Morre y luego de Wellington.  La Legión Alemana del Rey luchó finalmente en Waterloo antes de ser disuelta en 1816 cuando la mayoría de sus integrantes volvieron a Hannover.

Soult denostado en España a causa especialmente del saqueo artístico que realizó en Sevilla en nombre del rey José I con el pretexto de fundar un museo nacional en Madrid. Esta lamentable actuación se realizó en una ciudad como Sevilla, que no fue tomada a la fuerza, ya que capituló y, por tanto, habría de ser respetada íntegramente. No fue así y Soult actuó como un depredador de las mejores pinturas que había en la ciudad, y llegó a almacenar en el Alcázar mil obras procedentes de los edificios religiosos. Pero lo más grave es que se apropió para sí mismo, indebidamente, de las más selectas pinturas que fueron de su gusto y las trasladó posteriormente a París, donde las exhibió ostentosamente en su domicilio. Hombre codicioso que hizo una gran fortuna, utilizó, sin duda, las obras de arte como respaldo estético de la gran categoría social que había alcanzado.

Los buscadores de Oro

Se cuenta que el ejercito inglés traía consigo un enorme cargamento de oro. Monedas de oro destinadas a pagar a las propias tropas y a comprar provisiones y material cuando fuera necesario. La necesidad de cambiar la estrategia bélica provocó la retirada británica por toda castilla acarreando el oro que nunca no se llegó a utilizar. Aunque gran parte de las tropas logró regresar al Reino Unida el oro nunca llegó. Algunos dicen que estaba en uno de los barcos que fueron hundidos por los cañones franceses que hostigaban a los barcos ingleses en su marcha.  Restos de varios pecios se han descubierto frente al Castillo de San Antón aunque no se han podido investigar en profundidad.

Otros dicen que fue enterrado en la zona de los ancares. Lo cierto es que el oro aún no ha aparecido y no han sido pocos los estudiosos que se han afanado por encontrar el gran tesoro perdido.

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Poema
Rosalia de Castro

¡Cuán lejos, cuánto, de las oscuras nieblas,
de los verdes pinos, las fervientes olas
que nacer lo vieron!... de los paternos lares,
del cielo de la patria que lo alumbró mimoso,
de los lugares, ¡ay! por él queridos, ¡cuán lejos!...
vino a caer, bajo enemigo golpe
para no levantarse nunca más, ¡cuitado!
¡Morir así en playas extranjeras,
morir tan joven, abandonar la vida
no harto todavía de vivir y ansiando
gozar del fruto que cultivado hubiera!
¡Y en lugar de las hojas del laurel altivo
que del héroe coronan la viril cabeza,
bajar hasta la tumba silenciosa y muda!...

¡Oh blancos cisnes de las britanas islas,
oh arboledas que bordeáis, galanas,
los mansos ríos, las riberas verdes,
y los frescos campos donde John corriera!...
Si a vosotros, un amargo gemido quejumbroso
llegó de aquel que en el postrer aliento
os dijo ¡adiós! con amorosas ansias
volviendo hacia vosotros el pensamiento último,
que de su mente se escapaba, inerme,
¡con qué pesar, con qué dolor sin nombre
con qué extrañeza sin igual diríais
también ¡adiós¡ al que tan lejos, tanto,
de la patria, solo, hasta la eternidad bajaba!

Y el gran sillón, la colgadura inmóvil
del para siempre abandonado lecho;
la fría ceniza del hogar sin lumbre,
la blanda alfombra que leal conserva
del pie del muerto una señal visible,
el perro que al amo ausente aguarda
y lo busca errante por los yermos caminos,
las crecidas yerbas de la alameda oscura
por donde antaño él se solazaba,
el siempre idéntico murmullo de la fuente
en que al atardecer sentar solía...
¡Cómo hablarían sin parar de Moore,
con su callado, afligido lenguaje,
los ojos, ay, de quienes le lloraban!
¡Ya nunca más, ya nunca más, oh triste,
ha de volver donde por él aguardan!
Partió valiente, a combatir con gloria.
¡Partió, partió!..., y no volvió, pues la muerte
le segó allá en campos extranjeros,
cual flor que cae donde su simiente
no encuentra tierra en la que echar raíces.

Lejos caíste, pobre John, de la tumba
donde con los tuyos descansar pensaste.
En tierra extraña tus restos aún duermen
y aquellos que te amaron y de ti se acuerdan,
al mirar las olas del velado Océano,
dolientes dirán, en sus playas nativas:
- ¡Allá está él, tras ese mar bravío;
allá quedó, quizás, quizás por siempre;
tumba adonde nadie va a llorar cobija
las amadas cenizas que nosotros perdimos!...
Y los tristes vientos y las calladas brisas
que los muertos aman si apartados duermen
del solar patrio, a refrescarte vienen
en las cálidas noches de verano y traen
para ti en las alas cariñosas quejas,
blandos suspiros, amorosos ecos,
alguna lágrima sin enjugar, que moja
la seca piedra del mausoleo frío,
de tu país algún perfume agreste.

¡Pero qué hermosa y sin igual morada
le cupo en suerte a tus mortales restos!...
¡Quisiera Dios que para ti no fuera
noble extranjero habitación ajena!...
Pues no hay poeta, ensoñador espíritu,
no puede haberlo, que al ver en el otoño
la mar de seca amarillenta hoja
que con amor tu mausoleo guarda;
contemplando en las frescas mañanas
del mes de Mayo las sonrosadas luces
que alegres siempre a visitarte vienen,
no exclame: "¡Ojalá cuando muera, pudiera yo
dormir en paz en tal jardín florido,
cerca del mar... del cementerio lejos!..."
Pues jamás oyes, Moore,
llantos amargos, quejumbrosos rezos,
ni los otros muertos a convocarte vienen,
para que con ellos en la callada noche
la incierta danza de los sepulcros bailes.
Tan sólo el dulce aliento del brote que se abre,
de la flor que esboza su último adiós,
travieso rebullir, infantil risa
de hermosos niños que a esconderse vienen
sin sentir miedo tras del sepulcro blanco.
Y alguna vez, ¡muchas quizás¡, suspiros
de ardiente amor que el viento lleva dónde
sábelo Dios... por sin igual compaña
dichoso tienes en la postrera estancia.
¡Y el mar, el mar, el mar bravío que ruge
cual ruge aquel que te arrulló en la cuna,
vive a tu lado, viene a besar las piedras
de un suelo amante que con amor te guarda,
y alrededor de ti deja crecer las rosas!

¡Descansa en paz, descansa en paz, oh, Moore!
Y vosotros que le amáis, de vuestro honor celosos,
hijos de Albión, quedad tranquilos.
Hidalga tierra es esta tierra nuestra -tanto
como Dios la quiso hacer hermosa-, bien sabe
honrar a quien honra merece,
y honrado así, cual mereció, fue Moore.
No está solo en su tumba: un pueblo
con su respeto compasivo vela
por el extraño a quien traidora muerte
alejado mantuvo de los suyos, y a otros
vino a solicitar postrer asilo.

Cuando del mar atraveséis las ondas
y a vuestro hermano a visitar vengáis,
aplicad al sepulcro el cariñoso oído,
y si sentís removerse las cenizas
y si escucháis indefinibles voces
y si entendéis lo que esas voces dicen,
vuestra alma sentirá consuelo.
¡Él os dirá que alrededor del mundo
tumba mejor que la que halló no hallara
excepto el amoroso abrazo de los suyos!

No se oyó un tambor ni una nota funeral
Cuando aprisa llevamos su cuerpo a la muralla.
Sobre la tumba donde depositamos al héroe
Ni un soldado disparó salvas en su honor.
Lo enterramos en medio de la noche silente
Cavando los terrenos con nuestras bayonetas
A la luz macilenta de una luna indecisa
Y al triste resplandor de una linterna.
Ni en una sábana o mortaja lo envolvimos
Ni un inútil ataúd encerró su cuerpo
Mas parecía como un guerrero que descansa
Con su capote militar envuelto.
Pocas y breves fueron las preces que rezamos
Y de nuestro dolor no dijimos ni una palabra
Pero a la faz del muerto miramos muchas veces
Pensando amargamente en el mañana.
Pensábamos al tiempo de abrir su angosto lecho
Y mientras alisábamos su solitaria almohada
Que sobre él pisarían enemigos y extraños
¡Y que nosotros estaríamos lejos sobre las olas!
Que hablarían del muerto tal vez con ligereza
Y le harían reproches sobre sus fríos restos
Pero poco ha de importarle si reposar lo dejan
En la tumba donde un británico lo ha puesto.
Sólo mediada esta nuestra ardua tarea
Cuando sonó la hora de la retirada
A lo lejos se oían cañonazos aislados
Que el enemigo terco disparaba.
Lenta y tristemente le bajamos
Del campo de su fama reciente y ensangrentada a la fosa
Ni una línea grabamos, ni una piedra pusimos
Le dejamos sólo con su gloria.

Traducción Manuel Arenas

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Poema
Charles Wolfe

"El entierro de Sir John Moore" Charles Wolfe
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